Leyendo
sobre el texto de Juan José Millás: "La lengua madre", me paro a pensar en la
poca importancia que damos a calibrar el significado de nuestras
palabras. Un impacto invisible y subjetivo.
Como con las cosas que damos por
supuestas, por habituales, las palabras se diluyen perdidas en una sopa de
letras cuando nuestro único objetivo es la idea global, el impacto del
conjunto. Sin valorar el peso de las palabras el fin se diluye, es más arduo,
se esconde, o se desvía de su objetivo.
Armados
con un ejército de vocablos aprendidos en la infancia, algunos dados de baja
por el paso del tiempo y muy pocos de nueva incorporación, nos lanzamos a repetir y repetir, alternando el
orden, la intensidad o la entonación. Rodeados de ese ejército que pocos
alimentan. Las palabras habituales pierden brillo por su excesivo uso. Se
transforman por completo gracias a los eufemismos sin cambiar su apariencia, se disfrazan de corderos siendo
lobos, y se van contagiando así de boca en boca hasta que las pensamos y
rememoramos su significado real.
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